EL ANCIANO (cuento
II)
Siendo yo un rapaz, con cortas
entendederas y poco afecto a los libros y menos a los estudios, en la pequeña
aldea donde me crié con grandes precariedades y estrecheces, vivía un anciano,
hombre sencillo y a penas visible por su gran modestia y humilde porte, aún
cuando se daba en él una cierta contradicción, ya que su aspecto físico era
casi venerable; larga barba blanca impoluta y aseada, pulcro, enjuto y rostro
de edad indefinida, ojos soñadores que algún día debieron ser luminosos y
bellos, de mirada profunda e irresistible, parco en palabras y abundante en
largas pausas que muchas veces se convertían en prolongados silencios, cuyos
pensamientos nadie podía adivinar ni saber en qué mundos se concentraba.
Entonces era yo lo que se conocía con el
nombre de un holgazán, hoy a gente de mi clase se les llama de otra manera, -
inadaptados - mas yo a pesar de la diferencia que existía tanto en edad como en
virtudes, que se le atribuían al anciano, sentía hacia él una cierta
admiración y respeto, aunque tampoco entendiera yo qué era eso. Lo cierto es
que este hombre apacible, sereno y de refinados modales, me trataba de forma
distinta a las demás personas de la aldea. Cuando estaba con él yo dejaba de
pensar en fechorías y travesuras a que me impulsaba mi holgazanería y modo de
vida desordenada y anárquica. Su sola presencia me hacía sentir más seguro,
tranquilo y confiado. En realidad aquel hombre era para mí algo fuera de lo
corriente en mi entorno.
Poco a poco se fue generando entre
nosotros una mutua complicidad y yo cada día me encontraba mejor en su
compañía. Siempre era él el que hablaba, porque yo ni sabía qué decir ni mi
confianza era tanta como para iniciar ningún tipo de conversación. Un día me
dijo; “¿Qué estudias? No llevas nunca libros ni se te ven trazas de
estudiante”. Ante tan inesperada pregunta yo me quedé en blanco, sin respuesta
posible que darle, como titubeara un poco, me dijo con una dulzura y un tacto
exquisito, “es decir, que no entra en tus planes de vida cursar ninguna clase
de estudios, ¿Verdad?” Sí, así es, le contesté. Mientras, él me miraba
atentamente como hacía siempre con todas las cosas, ya que parecía que más que
mirar observaba minuciosamente cada detalle de las personas o los objetos que
tenía enfrente como si quisiera adivinar los pensamientos de quien hablaba con
él o evaluar las formas, los colores y el tamaño de las cosas. Bien, me dijo,
desde ahora mismo tú y yo, vamos a hacer un pacto entre caballeros. Como quiera
que yo no estoy ya todo lo ágil que debiera, te voy a dar un trabajo y una
ocupación que te llevará todo el día en faena, a cambio te daré la comida, los
cuidados médicos, así como las medicinas que necesites para tu recuperación
cuando caigas enfermo, un salario equivalente a tu trabajo que te pagaré todos
los días últimos de cada mes vencido ya y trabajado. Tendrás 48 horas semanales
de descanso y 45 días de vacaciones pagadas, una vez al año. Tú tienes la
obligación de cumplir con fidelidad, celo y diligencia las labores que te encomiende
yo, consistentes en cuidar un pequeño huerto. No necesitas estudiar, pero si le
pones empeño y voluntad puede que aprendas lo suficiente para ser Persona. Y yo
pensaba, “¡para ser persona! ¿Qué soy entonces yo?”
Si estás de acuerdo, dices sí y con eso
tengo bastante. Desde ahora mismo puedes empezar, no sin antes, recibir unas
instrucciones muy breves que te harán más fácil tus labores. En primer lugar yo
seré tu referente, es decir, tú harás todo lo que veas que hago yo, puedes
tratarme de tú o de usted, como tú creas mejor, ahora bien, como tienes que
hacer todo como yo lo haga o diga, dentro del respeto de tu libre voluntad,
tienes que hacerlo con lealtad, siempre huyendo de la mentira, la insidia y la
infidelidad, con la mayor honestidad, respeto y confianza, buenos modos, de
forma afable sin salida de tono en la voz y con la exquisita sensibilidad de no
ofenderme en ningún momento ni causarme ningún daño o perjuicio, pues yo
tampoco te lo causaré a ti. Para que lo entiendas bien, te recomiendo que antes
de actuar en todos los órdenes de la vida o de pronunciar palabra alguna, te
hagas la siguiente pregunta que no podrás olvidar nunca y que será la regla de
oro que utilizarás en todo momento y circunstancias. Es ésta: ¿cómo quiero
yo ser tratado? Y enseguida tendrás la respuesta. Es decir, no hagas ni
digas a otro lo que no quieres que te hagan o te digan a ti. Si esto lo
practicas durante toda tu vida, y lo aplicas en todas las personas,
circunstancias y cosas, conseguirás ser persona. ¿Has comprendido bien
lo que te he querido decir? Cuando digo que yo seré tu referente, quiero
decirte exactamente, que siempre actuarás de modo, forma y manera que lo haga
yo,como guía y ejemplo de aprendizaje, sin que prevalezca mi voluntad
sobre tu libre albedrio, ya que nuestra relación se basa sobre el respeto
mutuo. Así irás adquiriendo escuela que te llevará al amor a los libros, al
estudio y el conocimiento, abriéndote entonces a la formación y modelación de
tu espíritu, ensanchando el horizonte de tus inquietudes y aspiraciones como persona.
No te prometo que vayas a alcanzar la felicidad plena, porque ésta no existe.
Basta que alcances la difícil cumbre de tu propio conocimiento, es decir, de ti
mismo. Cuando hayas aprendido esto, estarás en posesión de la verdad de
las cosas, no de la Verdad Completa, que esa, está repartida entre
todas y cada una de las personas, pero eso lo comprenderás por ti solo,
una vez te conozcas a ti mismo. Sabrás también que Todo lo que existe en
la Creación entera, es Inteligencia, Amor y Conciencia, y que esa Trinidad, es
el todo, es decir, el uno, que se rige, sustenta y gobierna así
mismo. Y en esa inefabilidad Es todas las cosas, observa que he dicho Es,
no pronuncio para nada el verbo estar. El estar no existe, porque solo el Ser
permanece y es eterno. En cambio el Estar muta, se transforma y varía. Y es ahí
donde el hombre, como Ser eterno, no encuentra su camino, porque
confunde su Destino último. Reconócete a ti mismo no parte del uno, sino
el uno mismo. Y así todas las cosas, siendo siempre lo mismo: inteligencia,
amor y conciencia. Esto es así en su totalidad desde el microcosmos hasta
el infinito, no existiendo tampoco sitio o lugar, y por tanto; ni adentro
ni afuera, cerca o lejos, abajo o arriba, entrando ya en lo abstracto atemporal
y eterno del alma, que es lo que en realidad somos todos en el Uno. Dios.
Como la Verdad Absoluta es exclusivo
patrimonio del uno, dios, no te podrás nunca envanecer, vanagloriar o
sentirte superior a los demás creyendo que lo sabes todo. Piensa: La verdadera
virtud está en la Humildad sin ser débil, la Cortesía sin ser cobarde y
la Dignidad sin ser arrogante. Recuerda también que la humildad te lleva
a la Sabiduría, la cortesía te acerca al entendimiento con los demás y la
dignidad es pareja de la honradez. Siempre estarás abierto al aprendizaje de
las cosas, presto a rectificar y a aceptar tus propios errores, perdonando
siempre y pidiendo perdón con espíritu contrito, dando también siempre
las gracias. El agradecimiento, es uno de los sentimientos más nobles y
hermosos que podemos expresar los humanos, porque nos gratifica a nosotros
mismos y hace gozar al alma sensaciones que transmitimos al otro que se siente
reconocido y recompensado por aquello de lo que recibe las gracias.
Poco es lo que me queda que decirte, aún
cuando te falta mucho por aprender.
En aquel mismo momento puse manos a la
obra, y sin saber nada de lo que me había dicho y comprender menos aún, dediqué
toda mi voluntad e interés en cumplir exactamente todo lo que me había
explicado.
Fueron pasando los días, los meses y los
años, y nuestras relaciones eran excelentes, respetuosas y exquisitas. Lo
pactado se cumplía con exactitud y seriedad por ambas partes, creándose entre
nosotros una suerte de simbiosis que nos permitía relacionarnos con afecto y
cordialidad. Yo prosperaba en conocimientos y mi acervo cultural se acrecentaba
casi espontáneamente, sin que apenas yo lo notara.
Así fue transcurriendo el tiempo, y una
mañana cuando llegué al puesto de mi trabajo, lo encontré todo en silencio y ni
señal del anciano. El mundo se me vino abajo, caí en una profunda
tristeza y me parecía que la vida era un fraude, pues era injusto que las
personas desaparecieran de nuestro lado de forma tan repentina dejándonos en la
mayor desolación espiritual y anímica. Y para seguir viviendo tuve que hacer
acopio de todos los conocimientos que él me había legado.
Así termina esta historia que el devenir
natural de la vida nos impone y nos demuestra la débil línea que nos separa
entre estar y no estar, al mismo tiempo que nos hace recapacitar lo frágil
y efímera que es nuestra existencia en este mundo. Y cuando menos lo
esperamos se nos van las personas, que inexorablemente les seguimos sin
apelación alguna.
Autor: Antonio Gutiérrez Benítez.