LA CIGÜEÑA
Cuando yo era niño, de esto
hace ya muchísimo tiempo, a los bebés los traía la cigüeña, ella estaba muy
preparada para el oficio, y envuelto en un paño muy limpio, por supuesto, y asido por su
recio y vigoroso pico los traía directamente al dormitorio de mamá cualquiera
que fuese la hora del día o de la noche, sin importarle tampoco la estación del
año, ni el tiempo que hiciera. Hay que decirlo todo, y es verdad que era ruda,
tosca, medio analfabeta y que no entendía ni le importaba, de atenciones,
protocolos y blanduras con las mamás,
ella iba a lo suyo, tenía mucho reparto y no se podía entretener en pamplinas.
Así lo entendía ella, y quería llegar con tiempo para ir avisando a mamá de lo que traía para ella, tan
presurosa era, que ¡hala!, le dejaba el recadito y abandonaba a mamá en medio
de horrorosos dolores a solas con su suerte, y es claro, pasaba lo que nunca
debió pasar, que muchísimas mamás morían en el alumbramiento y otras por
infecciones postparto. Casi siempre había una vecina con cierta experiencia por
haber pasado por numerosas visitas de tan popular y a la vez desconocida ave
madrina, pues por más que mirábamos al cielo nunca la veíamos, o yo al menos
nunca pude verla, y eso que a casa vino varias veces, pero nada, tan esquiva y
escurridiza debía ser cuando nadie la
había visto y sólo las mamás juraban y perjuraban un poco cuchicheando entre
ellas y por bajo, lo desagradable que resultaba su presencia. Un día me tentó
la curiosidad y agucé el oído, cosa que yo no solía hacer, porque los padres
nos lo tenían vedado y en cuanto venia alguna persona mayor a casa
desaparecíamos como por encanto, con la lección bien aprendida. “Cuando venga
alguna persona a casa o hablemos con ella donde quiera que sea, los niños a
callar” y desaparecer, pensaba yo, pues
si no lo hacíamos, alpargata al culo que picaba de lo lindo, así que ante esta
advertencia se aguzaba más la inteligencia que el oído, pero como iba diciendo,
esa vez fui un poco más osado y me dije, muy sagaz, ahora es el momento de
saber algo sobre la cigüeña, ya que estaba seguro que hablaban de ella. Tuve
una suerte tremenda, providencial diría yo, porque mi mamá le decía en ese
preciso momento a la otra señora que hacía pocos días había sido visitada
por tan intrigante ente. Hija se pasa
tan mal, si no fuera por lo que te trae, que es tan hermoso, no habría nadie que se aventurara a llamarla. Quise
saber más pero me vino un golpe de tos y otra vez a medias lanas, me quedé con
mis dudas, pero sí aprendí una cosa muy importante, a la cigüeña la llamaban
venir las propias mamás, qué cosas, ¡eh!, qué cosas, pensaba yo. Así fui
creciendo en un mundo ficticio y fingido y nunca pude ver a la cigüeña. Decía
antes que siempre había una vecina o una señora mayor dispuesta a recoger al
bebé, yo en mis latos y grandes conocimientos, me decía, habrá que recogerlo y
enseguida tendrán que ponerle la mesa y darle de comer, pues después de tanto
volar por esos cielos de Dios, tiene que traer un hambre que ni te digo. Cuando
yo entraba en estas profundas y metafísicas deducciones, a veces empezaba a
bostezar y me quedaba dormido. De esta forma no prosperaba en conocimientos, pues
la cigüeña cuando yo despertaba, ya se había ido y todo. No quiero enrollarme
para contar más cosas, pero como me gusta tanto recordar aquellos tiempos de mi
niñez, me lio en los recuerdos y uno tras otro me atropellan las neuronas y
esto parece el cuento de nunca acabar. Pues sí, la señora o la propia abuela que muchas veces lo hacía, que recogía
al niño, muy poca cosa podía hacer, a lo más poner al fuego una gran olla de
agua a calentar, y esto me liaba más aun, porque yo sabía que en casa cuando se
hacía tal provisión de agua caliente era cuando se mataban los cerdos, y
entonces sí que yo ya me perdía, ahí mis conocimientos por muy amplios que eran
se estrellaban, empezaba otra vez a cavilar y de pronto me entraba una pesadez
en los ojos y me quedaba dulcemente dormido hasta que mi papá venia dándome
besos y me anunciaba la llegada de un hermanito. Si grandes habían sido mis
dudas, mayor era la decepción que sentía cuando mi papá me decía míralo, mira
al hermanito, mira qué bonito es, se parece a ti, y me entraban unas ganas de
llorar y de acostarme con mamá y que ella me acurrucara y me diera aquellos
besos que tan apretados siempre me había dado, menos mal que mamá que lo sabía
todo, destrozada aun, exhausta y dolorida, me decía ¡ven mi cielo, ven que te quiero
mucho!, y me comía a besos, me apretaba contra su cálido y blando pecho y así
compartía por primera vez en mi vida besos y espacio con el recién llegado que
yo no conocía de nada, pero que mis papás decían que era mi hermano y que lo
tenía que querer mucho. Y lo que ellos decían era siempre cierto, así que
pronto yo iba perdiendo el recelo que sentía cuando lo veía por primera vez y
por lo que quería a mis papás terminaba queriéndole tanto como a mí mismo. Aunque
siempre no fuesen tan sinceros mis sentimientos y mis quereres hacia aquel
pequeñajo que había venido Dios sabe de dónde, para quitarme a mi mamá, yo la
quería tanto y me sentía tan feliz en su regazo, y mi mamá cantaba tan bien que
me quedaba dormido en sus brazos soñando con otros niños que animadamente
jugaban conmigo, enseguida que la oía decir “duérmete niño chiquito…..que han
bajado de los cielos….” Bueno, ya no me
enteraba de nada más y dormía plácidamente hasta que me hartaba o me venía un
retortijón o entuerto que decía mi
abuela y me despertaba poniendo el grito en el cielo en un llanto estridente e
insoportable. En medio de este estado de cosas iba transcurriendo el tiempo, y de buenas a
primeras sin esperarlo, volvía a venir la cigüeña, y otra vez a tener que
soportar a un nuevo intruso que venía a perturbar mi vida. Ahora que ya estaba más familiarizado con el anterior y ¡hasta
me caía bien! Le sacaba el chupete de la
boca que mi mamá le untaba de azúcar y yo lo lamía con fruición y gran placer,
pero lo tenía que hacer cuando ella no me viera, pues si me veía me regañaba y
para qué quería más.
Fueron pasando los días, los
meses y los años sin acordarme y sin comprender nunca el misterio de la cigüeña
ni de los Reyes Magos. Hasta que hace poco me he enterado que una y otros son
pura ficción y que he estado engañado tantos años ignorante y al margen de la
realidad y de la verdad de la vida. Qué los niños no vienen de Paris, ni los
trae cigüeña alguna y que tampoco traen un pan debajo del brazo. Todo fue una
engañifa y yo que me creía una persona importante porque sabía más que nadie
sobre la cigüeña y los Reyes Magos, tuve que abandonar mis humos de erudito y
poner los pies en suelo firme y recomponer todo el riquísimo acerbo de
conocimientos que sobre estos temas tenía. Ahora ya sé por fin que los niños vienen
del vientre de sus madres entre fuertes dolores y profusión de sangre como lo
hemos hecho todos. También sé que antes los niños venían muchísimas veces en
circunstancias muy precarias y misérrimas, de noche en muchas ocasiones, en
medio del campo, sin luz, sin asistencia facultativa y en un aislamiento casi
absoluto. Hoy podemos felicitarnos todos que al menos en nuestro entorno más
inmediato, las mujeres paren en confortables hospitales y sendas habitaciones
con cuidados y rigurosa asepsia, como tiene que ser, y rodeada de expertos y
maravillosos profesionales de la Salud. No creo ya que otra vez me estén
engañando, aunque un poco sí, sospecho, pues con esto de los recortes, los
hospitales están un poco más descuidados, las habitaciones menos confortables
por aquello del ahorro, compartiendo las parturientas espacio con otras compañeras,
con menos personal asistencial y siendo bastante menos Seguridad Social que
hasta hace muy poco. Menos mal que aquí en nuestro país tenemos unos profesionales,
responsables, eficientes y vocacionales que con su esfuerzo y buen hacer suplen
estas visibles y ya notables carencias.
De cualquier manera tengo la
seguridad que me siguen engañando, ya que estamos atravesando unos tiempos que
les ha dado por llamarles “crisis” cuando en realidad es un fraude que las grandes finanzas
especulativas y especuladoras han provocado poniendo de rodillas a todos los
Gobiernos de la tierra y despojando a las clases trabajadoras de sus derechos
sociales y ciudadanos, cuya implantación nos ha costado como trabajadores
tiempo, sudor y sangre. Los políticos siempre están a favor del gran capital
–más los de la derecha- aunque tampoco se puede negar que los de la izquierda
en muchas cosas los imitan. Prometen, juran y se desgañitan prometiendo, pero
los resultados son siempre los mismos, pagamos los que menos culpa tenemos.
Nuestros hijos no pueden tener acceso a estudios universitarios condenando su
futuro para siempre a ser mano de obra, barata, dócil y resignada con los
designios del Destino. Tampoco nuestros jóvenes los mejor formados de nuestra
historia tienen acceso al trabajo según sus conocimientos, teniendo que emigrar
a otros países donde se entregan a un mercado de trabajo con insuficiente
valoración de su nivel de rendimiento social y humano. Los políticos de turno
nos van engañando tanto como lo hacían
conmigo respecto a la cigüeña, con promesas falsas, a sabiendas que ninguna van
a cumplir, mientras ellos se mantienen en el Poder y se forran sin ruborizarse. Estas mentiras y
engañosas promesas las van dando en dosis bien calculadas, para que el pueblo
se mantenga esperanzado y no se levante en un intento de liberación aunque en
ello le vaya la vida. Todo está bien calculado y diseñado de ante manos. Y es
aquí donde yo empiezo a comprender que he nacido para tonto y que ahora como
antes, que me angañában de niño, nos siguen engañando como bobos y nos someten al mayor escarnio que
una persona puede padecer. Usurpando nuestros derechos, privándonos de nuestra
libertad, trabajo, salud, hogar y educación, y lo más humillante e injusto es
hurtándonos nuestra dignidad como personas iguales que somos por naturaleza.
Los políticos se endiosan así mismos perdiendo el poco pudor que les queda considerándonos
al pueblo soberano súbditos de obediencia debida, cuando en realidad ellos son
unos mandados que pagamos todos para que administren nuestros intereses con
respeto, honradez, eficiencia, responsabilidad y decencia. En realidad están muy
mal orientados y es posible que algún dia se arrepientan de ello provocando con
su forma de actuar situaciones de signo opresor y de ordeno y mando. No
olvidemos que la historia se suele repetir, ni olvidemos tampoco las primeras décadas
del pasado siglo XX, año 27, con su crac
y todo.
Estoy aún seguro que a pesar
de ser rigurosa, cierta y verdadera, esta historia, siempre habrá quien diga,
¡Bah! qué cuentos. Sí, sí, en realidad
es un cuento, por eso se llama LA CIGÜEÑA.
Antonio Gutiérrez Benítez
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