Este blog tiene por objeto ofrecer a todas aquellas personas que se sientan atraídas por la literatura, y especialmente por la poesía, mi más sincera acogida, amistad y colaboración en el mundo de la solidaridad humana.

domingo, 23 de junio de 2013


LA CIGÜEÑA

 

Cuando yo era niño, de esto hace ya muchísimo tiempo, a los bebés los traía la cigüeña, ella estaba muy preparada  para  el oficio, y envuelto en un  paño muy limpio, por supuesto, y asido por su recio y vigoroso pico los traía directamente al dormitorio de mamá cualquiera que fuese la hora del día o de la noche, sin importarle tampoco la estación del año, ni el tiempo que hiciera. Hay que decirlo todo, y es verdad que era ruda, tosca, medio analfabeta y que no entendía ni le importaba, de atenciones, protocolos  y blanduras con las mamás, ella iba a lo suyo, tenía mucho reparto y no se podía entretener en pamplinas. Así lo entendía ella, y quería llegar con tiempo para ir avisando  a mamá de lo que traía para ella, tan presurosa era, que ¡hala!, le dejaba el recadito y abandonaba a mamá en medio de horrorosos dolores a solas con su suerte, y es claro, pasaba lo que nunca debió pasar, que muchísimas mamás morían en el alumbramiento y otras por infecciones postparto. Casi siempre había una vecina con cierta experiencia por haber pasado por numerosas visitas de tan popular y a la vez desconocida ave madrina, pues por más que mirábamos al cielo nunca la veíamos, o yo al menos nunca pude verla, y eso que a casa vino varias veces, pero nada, tan esquiva y escurridiza debía ser cuando  nadie la había visto y sólo las mamás juraban y perjuraban un poco cuchicheando entre ellas y por bajo, lo desagradable que resultaba su presencia. Un día me tentó la curiosidad y agucé el oído, cosa que yo no solía hacer, porque los padres nos lo tenían vedado y en cuanto venia alguna persona mayor a casa desaparecíamos como por encanto, con la lección bien aprendida. “Cuando venga alguna persona a casa o hablemos con ella donde quiera que sea, los niños a callar” y  desaparecer, pensaba yo, pues si no lo hacíamos, alpargata al culo que picaba de lo lindo, así que ante esta advertencia se aguzaba más la inteligencia que el oído, pero como iba diciendo, esa vez fui un poco más osado y me dije, muy sagaz, ahora es el momento de saber algo sobre la cigüeña, ya que estaba seguro que hablaban de ella. Tuve una suerte tremenda, providencial diría yo, porque mi mamá le decía en ese preciso momento a la otra señora que hacía pocos días había sido visitada por  tan intrigante ente. Hija se pasa tan mal, si no fuera por lo que te trae, que es tan hermoso, no habría  nadie que se aventurara a llamarla. Quise saber más pero me vino un golpe de tos y otra vez a medias lanas, me quedé con mis dudas, pero sí aprendí una cosa muy importante, a la cigüeña la llamaban venir las propias mamás, qué cosas, ¡eh!, qué cosas, pensaba yo. Así fui creciendo en un mundo ficticio y fingido y nunca pude ver a la cigüeña. Decía antes que siempre había una vecina o una señora mayor dispuesta a recoger al bebé, yo en mis latos y grandes conocimientos, me decía, habrá que recogerlo y enseguida tendrán que ponerle la mesa y darle de comer, pues después de tanto volar por esos cielos de Dios, tiene que traer un hambre que ni te digo. Cuando yo entraba en estas profundas y metafísicas deducciones, a veces empezaba a bostezar y me quedaba dormido. De esta forma no prosperaba en conocimientos, pues la cigüeña cuando yo despertaba, ya se había ido y todo. No quiero enrollarme para contar más cosas, pero como me gusta tanto recordar aquellos tiempos de mi niñez, me lio en los recuerdos y uno tras otro me atropellan las neuronas y esto parece el cuento de nunca acabar. Pues sí, la señora o la propia  abuela que muchas veces lo hacía, que recogía al niño, muy poca cosa podía hacer, a lo más poner al fuego una gran olla de agua a calentar, y esto me liaba más aun, porque yo sabía que en casa cuando se hacía tal provisión de agua caliente era cuando se mataban los cerdos, y entonces sí que yo ya me perdía, ahí mis conocimientos por muy amplios que eran se estrellaban, empezaba otra vez a cavilar y de pronto me entraba una pesadez en los ojos y me quedaba dulcemente dormido hasta que mi papá venia dándome besos y me anunciaba la llegada de un hermanito. Si grandes habían sido mis dudas, mayor era la decepción que sentía cuando mi papá me decía míralo, mira al hermanito, mira qué bonito es, se parece a ti, y me entraban unas ganas de llorar y de acostarme con mamá y que ella me acurrucara y me diera aquellos besos que tan apretados siempre me había dado, menos mal que mamá que lo sabía todo, destrozada aun, exhausta y dolorida, me decía ¡ven mi cielo, ven que te quiero mucho!, y me comía a besos, me apretaba contra su cálido y blando pecho y así compartía por primera vez en mi vida besos y espacio con el recién llegado que yo no conocía de nada, pero que mis papás decían que era mi hermano y que lo tenía que querer mucho. Y lo que ellos decían era siempre cierto, así que pronto yo iba perdiendo el recelo que sentía cuando lo veía por primera vez y por lo que quería a mis papás terminaba queriéndole tanto como a mí mismo. Aunque siempre no fuesen tan sinceros mis sentimientos y mis quereres hacia aquel pequeñajo que había venido Dios sabe de dónde, para quitarme a mi mamá, yo la quería tanto y me sentía tan feliz en su regazo, y mi mamá cantaba tan bien que me quedaba dormido en sus brazos soñando con otros niños que animadamente jugaban conmigo, enseguida que la oía decir “duérmete niño chiquito…..que han bajado de los cielos….”  Bueno, ya no me enteraba de nada más y dormía plácidamente hasta que me hartaba o me venía un retortijón o entuerto que decía  mi abuela y me despertaba poniendo el grito en el cielo en un llanto estridente e insoportable. En medio de este estado de cosas iba  transcurriendo el tiempo, y de buenas a primeras sin esperarlo, volvía a venir la cigüeña, y otra vez a tener que soportar a un nuevo intruso que venía a perturbar mi vida. Ahora que ya  estaba más familiarizado con el anterior y ¡hasta me caía bien!  Le sacaba el chupete de la boca que mi mamá le untaba de azúcar y yo lo lamía con fruición y gran placer, pero lo tenía que hacer cuando ella no me viera, pues si me veía me regañaba y para qué quería más. 

Fueron pasando los días, los meses y los años sin acordarme y sin comprender nunca el misterio de la cigüeña ni de los Reyes Magos. Hasta que hace poco me he enterado que una y otros son pura ficción y que he estado engañado tantos años ignorante y al margen de la realidad y de la verdad de la vida. Qué los niños no vienen de Paris, ni los trae cigüeña alguna y que tampoco traen un pan debajo del brazo. Todo fue una engañifa y yo que me creía una persona importante porque sabía más que nadie sobre la cigüeña y los Reyes Magos, tuve que abandonar mis humos de erudito y poner los pies en suelo firme y recomponer todo el riquísimo acerbo de conocimientos que sobre estos temas tenía. Ahora ya sé por fin que los niños vienen del vientre de sus madres entre fuertes dolores y profusión de sangre como lo hemos hecho todos. También sé que antes los niños venían muchísimas veces en circunstancias muy precarias y misérrimas, de noche en muchas ocasiones, en medio del campo, sin luz, sin asistencia facultativa y en un aislamiento casi absoluto. Hoy podemos felicitarnos todos que al menos en nuestro entorno más inmediato, las mujeres paren en confortables hospitales y sendas habitaciones con cuidados y rigurosa asepsia, como tiene que ser, y rodeada de expertos y maravillosos profesionales de la Salud. No creo ya que otra vez me estén engañando, aunque un poco sí, sospecho, pues con esto de los recortes, los hospitales están un poco más descuidados, las habitaciones menos confortables por aquello del ahorro, compartiendo las parturientas espacio con otras compañeras, con menos personal asistencial y siendo bastante menos Seguridad Social que hasta hace muy poco. Menos mal que aquí en nuestro  país tenemos unos profesionales, responsables, eficientes y vocacionales que con su esfuerzo y buen hacer suplen estas visibles y ya notables carencias.

De cualquier manera tengo la seguridad que me siguen engañando, ya que estamos atravesando unos tiempos que les ha dado por llamarles “crisis” cuando en realidad es  un fraude que las grandes finanzas especulativas y especuladoras han provocado poniendo de rodillas a todos los Gobiernos de la tierra y despojando a las clases trabajadoras de sus derechos sociales y ciudadanos, cuya implantación nos ha costado como trabajadores tiempo, sudor y sangre. Los políticos siempre están a favor del gran capital –más los de la derecha- aunque tampoco se puede negar que los de la izquierda en muchas cosas los imitan. Prometen, juran y se desgañitan prometiendo, pero los resultados son siempre los mismos, pagamos los que menos culpa tenemos. Nuestros hijos no pueden tener acceso a estudios universitarios condenando su futuro para siempre a ser mano de obra, barata, dócil y resignada con los designios del Destino. Tampoco nuestros jóvenes los mejor formados de nuestra historia tienen acceso al trabajo según sus conocimientos, teniendo que emigrar a otros países donde se entregan a un mercado de trabajo con insuficiente valoración de su nivel de rendimiento social y humano. Los políticos de turno nos van engañando  tanto como lo hacían conmigo respecto a la cigüeña, con promesas falsas, a sabiendas que ninguna van a cumplir, mientras ellos se mantienen en el Poder  y se forran sin ruborizarse. Estas mentiras y engañosas promesas las van dando en dosis bien calculadas, para que el pueblo se mantenga esperanzado y no se levante en un intento de liberación aunque en ello le vaya la vida. Todo está bien calculado y diseñado de ante manos. Y es aquí donde yo empiezo a comprender que he nacido para tonto y que ahora como antes, que me angañában de niño, nos siguen engañando  como bobos y nos someten al mayor escarnio que una persona puede padecer. Usurpando nuestros derechos, privándonos de nuestra libertad, trabajo, salud, hogar y educación, y lo más humillante e injusto es hurtándonos nuestra dignidad como personas iguales que somos por naturaleza. Los políticos se endiosan así mismos perdiendo el poco pudor que les queda considerándonos al pueblo soberano súbditos de obediencia debida, cuando en realidad ellos son unos mandados que pagamos todos para que administren nuestros intereses con respeto, honradez, eficiencia, responsabilidad y decencia. En realidad están muy mal orientados y es posible que algún dia se arrepientan de ello provocando con su forma de actuar situaciones de signo opresor y de ordeno y mando. No olvidemos que la historia se suele repetir, ni olvidemos tampoco las primeras décadas del pasado siglo XX, año 27, con  su crac y todo.

Estoy aún seguro que a pesar de ser rigurosa, cierta y verdadera, esta historia, siempre habrá quien diga, ¡Bah! qué  cuentos. Sí, sí, en realidad es un cuento, por eso se llama LA CIGÜEÑA.

 

Antonio Gutiérrez Benítez

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